lunes, 26 de noviembre de 2012

lágrimas secas

Dejadme hablar de una vez. No pido un altar, no pido el cielo ni similares y creo que resulta obvio que lo único que anhelo es que alguien tenga la decencia de escuchar. Creo que ni los más críticos pueden abnegar de la clara propensión del ser humano a la pérdida de ciertas características como puedan ser esa que acabo de citar. Escuchar. Tan simple y tan... no se me ocurren más adjetivos. Lo siento. No estoy acostumbrado a que me dejen hablar tanto tiempo seguido y la falta de costumbre lo único que crea es incapacidad. Si lo negáis, me da igual. Si estáis de acuerdo, y sin dejar de sorprenderme, también. Puede que la arrogancia sea un defecto pero me parece a mí que pecamos un poco todos de indiferencia, de desdén, de desarraigo... un poco de arrogancia y personalidad no vendría mal a nadie, ¿o sí?

Cuando me levanto cada día y observo con quietud y diligencia el movimiento de las hojas por la ventana, el sonido titubeante del viento, y todas esas abrumadoras figuras poéticas hechas realidad, lo único que siento para mi sorpresa es lo mismo que todo hombre o mujer que se sitúa en mi lugar. Absolutamente nada. Estamos demasiado ciegos con esa nueva moda de no sentir nada, de no importarnos ni lo que pensándolo fríamente nos destrozaría lentamente. En el invierno del hastío todo es gris y nada es blanco o negro, y no echamos de menos sentir porque nunca, a lo largo de nuestra insípida y miserable vida, lo hemos hecho. Y después nos preguntamos que hacemos y la respuesta es fácil. Vivir. ¿En realidad nos estamos tomando en serio a nosotros mismos? Nadie se cree nada a estas alturas... realmente todo es un continuo desprecio hacia el cariño y todo ese tipo de sensiblerías patéticas que nos parecen demasiado lejanas como para reducirnos a ellas. Lo peor es que dentro de nosotros nos hundimos sin ese tipo de sensaciones, sin ese gota a gota que nos dé la vida, que nos haga sentir lo que realmente es.

Por eso, cuando vuelva a callarme, todo seguirá igual que antes. Porque cuando afirmamos que somos polvo en el viento nos estamos subestimando y porque, sin duda, ninguna hoja siente nada, cada mañana, mientras cae lentamente, con respecto a nosotros, al fin y al cabo eso es más de lo que somos... odio tanta recurrencia con las hojas pero sigo sin estar acostumbrado a entonar monólogos y sin duda pasa factura...

Sin duda a todos nos encanta lo de los puntos suspensivos, nos vuelve locos, nos mantiene firmes. Nada más lejos de la realidad. Todo se acaba y nada avisa. Nuestra vida se describe rápido y de forma concisa. Con un punto final.