lunes, 5 de junio de 2017

hablar

He empezado a entrar en espiral conmigo mismo en ciertos sentidos. Hace tiempo que no encuentro sosiego en mi interior ni en mi alrededor, en lo que ha terminado siendo una constante ruta de destrucción hacia la soledad. Las cosas me han sucedido como le suceden al planeta, sin poder hacer nada, sin ser realmente un actor activo de todos esos acontecimientos, sino siendo preso de mis propias decisiones y mis inseguridades. 

Existe un número innumerable de noches en las que me agazapo con mis rodillas acariciando mi pecho y empiezo a pensar en qué sería lo que me apetecería estar haciendo, en de qué manera podría escapar de todo eso que me asusta, que me reduce el campo de movimiento, que me encoge cada uno de los músculos. Camino y camino alrededor de la idea del arrepentimiento, e imagino cómo esta idea irá desarrollándose en mi cerebro a lo largo de mi existencia, como un árbol cada vez más lleno de vida, en claro contraste conmigo, que cada día estaré más y más apagado. Si bien ahora sufro para sostenerme en la cuerda floja de las cosas que querría hacer pero nunca haré, me sobrecoge pensar en el modo en que ese concepto me aplastará llegada mi vejez, o cualquier estado posterior.

De la soledad he aprendido a hablar con la gente que me gustaría tener a mi lado pero que no está, sea cual sea el motivo. Con algunas de esas personas ya no podré hablar nunca más. Con otras sí podría hacerlo, y no creáis que no me encuentro tentado a menudo a hacerlo, pero el miedo a las consecuencias siempre ha podido con mi ímpetu, que vuela siempre bajo y con timidez a pesar de encerrar fuertes y románticas convicciones.

Existen personas que me acompañan en mi miedo al arrepentimiento y también lo hacen en esas charlas monocromas, de hablar conmigo mismo y obtener respuesta constantemente. De esas personas es de quienes acabo por estar más aterrorizado, quizá porque me intimida la enorme influencia que pueden llegar a tener sobre mis decisiones y el orden de mis pensamientos sin siquiera ser elementos presentes en mi vida diaria ni mensual. 

De todos modos, es a ellas a quienes me agarro. Al doblar cada esquina, dejando atrás una serie de cosas que nunca volverán y vislumbrando un gran número de nuevos retos, son ellas las que permanecen, enraizadas a mi alma y debatiéndose de forma constante entre la putrefacción y el enriquecimiento, entre hacerme crecer y dejarme morir para siempre. He empezado a sentir que esas personas son el único motivo que me hace sentir vivo, y las únicas por las que merecería la pena morir. He pensado que hoy soy más lo que ellas me han hecho ser que lo que yo soy por mí mismo. 

Y me cuesta.

Me cuesta decir adiós al amor.

Me cuesta perder las conexiones espirituales en este viaje hacia ninguna parte.

No me lo pidáis más.

jueves, 13 de abril de 2017

si tú supieses

Hoy apenas he dormido y me he encontrado a mí mismo aterrado, encerrado en mi propia mente y en sus conjuros para hacerme delirar. Las tres noches anteriores había soñado contigo, siempre igual: nos encontrábamos en una fiesta cualquiera y fingías no conocerme, borrabas todo nuestro pasado, derribabas las cosas que habíamos construido juntos. El mismo sueño ha ido repitiéndose en mi subconsciente de forma elíptica durante los últimos meses, y de todo ello he extraído todos los miedos que hoy me atraviesan y me agotan. Tengo un miedo irracional a que me juzgues y me creas tóxico, a que te escapes de mí si me ves o a que hagas todo lo posible por no verme nunca.

Existen miles de partículas moviéndose en el aire de todas las cosas que me gustaría que supieses y que muchas veces te dije pero, ya sabes, dudo mucho que acabases creyéndotelas. He alcanzado un punto en mi agotamiento en el que lo único que me queda es impotencia ante la realidad de que si alguna vez supiste algo de todo esto, lo más probable es que ya lo hayas olvidado. Y ahora todos mis posibles movimientos me parecen una condena, una cárcel constante de imposibilidades y culpas, y te juro que he acabado adquiriendo consciencia de mi responsabilidad en todo esto, en que te hayas alejado como quien huye despavoridamente de alguien que solo pretende hacer daño.

Ojalá supieses que te he querido de verdad y que me has invadido casi sin quererlo del mismo modo en que me invadieron las mariposas y las cadenas, del mismo modo en que me invadieron todas las cosas que acabaron separándonos. Pero no creo que lo sepas. No creo que sepas que en ti encontré un pozo de calma para mis fantasmas y mis búsquedas en la noche y que nunca te habría pedido más que eso, y que todas las cosas sobre habitar una realidad paralela y distanciarnos del mundo real me las arrancaste de lugares desconocidos, de escondites donde no había sospechado poder encontrarte a ti ni encontrarme a mí mismo.

En lugar de todo esto he terminado encontrándome a kilómetros físicos y emocionales de todas las cosas que no pretendía alejar de mi vida. Y te juro que no necesito más. Solo necesito que lo sepas. Que lo sepas todo y que lo sepas de verdad.

No sé salvar nada, no sé salvarme a mí mismo. Pero quiero con fuerza, quiero fuerte en el tiempo y el espacio. Y tú más que nadie sabes lo mucho que me cuesta olvidarme de los lugares donde dejo partes arrancadas de mi propio ser.

jueves, 30 de marzo de 2017

la línea

Hace días que he vuelto a caminar por la línea. Ella y yo solemos encontrarnos a menudo y dentro de esta relación en alternancia que hemos establecido, en la cual nos encontramos cómodos, siempre sin sobrepasarnos el uno al otro. Cuando estamos lejos, en esos periodos que acaban siendo páramos desiertos con horizontes derretidos por el sol, acabo por echarla de menos de un modo poco integrador, como echas de menos a todo aquello que te destroza, que te agarra y no te suelta y te obliga a quedarte.

De todos modos, lo peor siempre vuelve cuando regreso a caminar junto a ella, por ella, sobre ella, a través de ella. La línea no concede segundas oportunidades, te avisa rápido de que un paseo por sus dominios te puede costar caro, de que todo lo que te regala supone un riesgo que debes estar dispuesto a correr. Así que, pese a las advertencias, me he acostumbrado a asomarme con más frecuencia de la recomendada a todos sus abismos, a los conocidos y a los que todavía me quedan por conocer.

No sé con certeza qué hay más allá de la línea, pero lo que sí conozco es todo aquello que se sitúa a este lado de la misma. Todo esto ya lo he visto y todo esto me aburre en ocasiones. Por eso vuelvo a veces a ella, aunque sé que no me conviene; necesito encontrármela alguna que otra vez para volver a sentirme vivo o cerca de la muerte, para recordar la importancia de las cosas que se sitúan en el lado elevado de la pendiente, desde el cual solo se puede caer. 

Últimamente mis paseos se han vuelto cada vez más largos. Cada ocasión en la que me encuentro a punto de sobrepasar la línea, sin embargo, acabo retrocediendo y lanzándome a mí mismo hacia mis hogares, los sitios de los que escapo para encontrarme conmigo. Pero mi paseo actual está volviéndose cada vez más y más peligroso. Hace un tiempo que no vuelvo a casa y que me he quedado sentado al borde de la línea, con la cabeza asomada a un círculo elíptico del que resulta imposible ver el final.

Así que he adquirido un miedo irracional a la línea, pero ella no ha hecho lo mismo respecto a mí. Más bien ha hecho todo lo contrario, acercándose cada vez más, intentando lanzarme, intentando agarrarme con las dos manos fuerte, rodeándome el pecho y no dejándome respirar. Y pienso que pronto, algún día en que mis dedos ya no sean lo suficientemente valientes, acabaré dejándome vencer y caeré, caeré en espirales de no saber quién soy.

sábado, 18 de marzo de 2017

papá

Había pensado en escribir algo describiéndote, ya sabes, hablando un poco sobre esos temas recurrentes de todas las comidas familiares, sobre la calma que nos proporciona tu carácter afable o lo cercano que siempre eres aunque tengas tus propias formas de comunicarte. De todos modos, la verdad es que me he encontrado conmigo mismo en proceso de repetición, porque creo que estas cosas ya te las he dicho alguna vez y realmente ya las sabes, así que creo que lo mejor que puedo contarte es algo que te haga sentir bien, porque últimamente las cosas no nos permiten hacerlo demasiado a menudo, y a ti en concreto menos que a nadie. Y la verdad es que no te mereces que ni siquiera las circunstancias de la vida, que siempre son incontrolables, te arranquen ese derecho.

Así que te voy a hablar sobre una imagen recurrente de mi infancia: tú esperándome en el patio del colegio a la hora de la salida, con los brazos cruzados y las gafas de sol puestas, como una especie de Men in black mal conjuntado. Si me dijesen que llevabas un pinganillo y estabas comunicándote con la secreta para informar sobre posibles trapicheos me lo habría creído, supongo, aunque la verdad es que yo me creía casi cualquier cosa que se me dijese.

Siempre me has parecido una persona parecida a lo que veía al salir del colegio: muy seguro, muy firme, muy estable, muy difícil de perturbar. Lo cierto es que estos últimos años te has venido un poco abajo. Supongo que es normal: sujetar los altibajos emocionales de una familia durante casi dos décadas no debe ser nada fácil. En medio de toda esta serie de cosas que nos están pasando y que, sobre todo, te están pasando a ti, querría que supieses que todos estamos dispuestos a ser sargentos con gafas de sol y brazos cruzados para ayudarte y hacerte sentir seguro.

Soy consciente de que para ti no es nada fácil admitir tu debilidad o exponerte a la sensibilidad de expresar las cosas del modo en que las sientes, pero quiero que sepas que no pasa nada, no tienes por qué hacerlo. Todos sabemos el miedo que da que los demás nos vean como a alguien débil, como a alguien a punto de desmoronarse, pero ese es otro de los derechos que nadie nos puede quitar. Y nosotros vamos a estar contigo seas la persona segura, firme y estable de mi infancia o la persona que sufre, porque al fin y al cabo seguirás siendo tú pese a las circunstancias, y nosotros te queremos a ti más allá de ellas. 

Vamos a agarrarnos al mástil porque vienen todas las mareas juntas: es una época para plantarle cara a la vida y decirle que estamos aquí y que estamos juntos, y que mientras eso siga así nos puede lanzar lo que quiera, que no nos vamos a quebrar. Esto es lo que tú me has dado: algo por lo que luchar, algo grande y algo que llena el corazón, toda una familia que es como una coraza frente a la tempestad. Hoy es el día del padre pero tú eres mi padre todos los días, con todo lo que eso conlleva, ya sea en Calabuig o en la playa jugando un fútbol-tenis. Yo, de vivir, me quedo con cosas como haber crecido contigo. Ojalá pueda salvaguardar a mis hijos del mundo 22 años, como has hecho tú conmigo.

domingo, 5 de marzo de 2017

casi siempre

Casi siempre consigo no pensar en nada. La mayor parte del tiempo no me acuerdo de ti. Tu cara ha empezado a convertirse en una especie de nube en mi memoria, y de tu voz apenas tengo ya ningún recuerdo. Casi siempre te rodeo cuando te veo venir, porque de algún modo has logrado enroscarte a mi memoria de un modo pegajoso, de una manera que me envuelve casi sin llegar siquiera a acordarme de cómo éramos cuando existíamos. Y eso me revienta, me revienta muchísimo.
 
Eso ocurre la mayor parte del tiempo. El resto de los días y las horas estoy todavía sentado encima de tu cama mirando al techo, o a la pared, o a la luz que entra por la ventana que tiene enfrente y que da a un patio de luces muy gris, un lugar al que nunca querría llegar a ir pero no porque me diese miedo, sino porque mataría por quedarme siempre aquí, contigo, donde las cosas siempre son nuevas y parecemos no temerle a nada.
 
El resto del tiempo te estoy esperando y escucho tus pasos a lo lejos, viniendo hacia mí despacio, a tu ritmo, y te veo apoyada en la puerta con una falda gris y una camiseta blanca, mirándome de frente con los ojos encendidos. De todas las cosas que he querido en esta vida, te juro que no ha habido nada que haya querido más que tenerte conmigo. Probablemente sepa de sobra que todo esto es mentira, y que no existe, y que tener tanto miedo a hacer cualquier cosa o a mover un solo dedo ahí fuera solamente por ti, que no estás ni pretendes estarlo, no tiene el menor de los sentidos.
 
Pero no puedo hacer nada con ese tiempo que sobra, ese tiempo en el que no consigo no recordar, en el que vuelves y te das la vuelta y me dices que te siga, porque, de lo contrario, ¿a dónde iba a ir yo? A ninguna parte. Contigo he gastado todas las metáforas sobre celdas y sobre el recuerdo y sobre el dolor, y después de haberme cansado a mí mismo tantas veces por no lograr arrancarte de mi vida de una vez por todas, sigo aquí.
 
He llegado a un momento en el que ya son tantas las cosas que me duelen, y tanto lo que creo injusto, que ya no sé ni qué hacer. Aunque lo cierto es que aunque lo supiese probablemente no lo haría, porque al fin y al cabo soy así de gilipollas. Te estoy reservando el puto sitio y las cosas no dejan de cambiar a mi alrededor, y el asiento está lleno de polvo y desgastado porque yo tampoco sé dejárselo a quien se lo merece.
 
Querría decirte tantas cosas que lo único que se me ocurriría al verte sería salir corriendo y subirme a un árbol y luego tirarme de él. A estas alturas el tiempo juega tanto en mi contra en todos los sentidos que simplemente siento que cada día pasa para todo el mundo excepto para mí, que sigo atascado, que no logro despojarme de mí mismo, que no tengo fuerzas o que simplemente no quiero abandonar este rincón desolado que es el no lograr despegarte de mí, porque estás conmigo siempre, aunque no lo quieras, deberías saberlo. Siempre estás.
 
Y la verdad es que me da igual escuchar cosas sobre lo ofuscado que estoy, y sobre la necesidad que tengo de asumir que las cosas en la vida pasan por una razón, o que quizá no, pero el asunto es que pasan y hay que joderse vivo. Me da igual toda esa gente que no entiende lo que me pasa. Porque esa, joder, debe ser la única cosa de este mundo podrido que entiendo realmente. Me entiendo a mí mismo durante ese tiempo, durante el tiempo que sigo sentado en tu cama esperándote mientras vienes por el pasillo dando pasos cortos. El resto del tiempo no entiendo nada.

jueves, 23 de febrero de 2017

lo peor es al volver

A veces se me da por pensar si yo ya era así antes de conocerte. En el fondo quiero creer que sí, que esto que veo en el espejo es lo que realmente soy y no lo que tú quisiste que fuese. De todos modos me duele ser así, has conseguido que todo en mi vida me resulte accesorio, que las cosas adquieran rápido una substancia banal, un aroma a innecesariedad. A menudo intento forzarme a imaginar cuáles eran mis términos absolutos de felicidad antes de conocerte, antes de convencerme a mí mismo de que compartir tiempo contigo debía ser el objeto último de mi existencia.

Pero al final siempre acabo preguntándome cosas sobre ti, más cosas sobre ti de las que quiero saber sobre mí mismo, como si no quisiese pedirle nada más a la vida que convertirme en tu prolongación sombreada, en aquello que ubicas en un rincón de tu vida y a lo que acudes en tiempos de necesidad esperando una acogida que te haga sentir en casa. De las cosas que más me arrancan el sueño, nada me duele más que pensar en que tú quizá creas que nunca te di lo suficiente, que no me exprimí por ti, que no te busqué, que no quise conservarte.

Siempre me recorre esa sensación asfixiante de darle vueltas a lo mismo, de sentir el poder de mi subconsciencia atrapándome en sus garras afiladas, esa subconsciencia que siempre trae tu pelo y tus ojos bien abiertos y llenos de miedo y seguridad, en ese término medio entre la vida y todo lo demás. Cuando pienso en ti me siento un asunto menor, algo que probablemente olvidarás con los otoños, y eso me gusta del mismo modo ensordecedor que me gustaba estar contigo; sintiéndome parte de mi propia existencia, dándole significado todo el tiempo porque tú lo significabas todo.

Y después de ti, y de mis incesantes retornos al hogar que construí alrededor de tu figura desmereciéndome a mí mismo, castigándome, haciéndome culpable de todo, considerándome inaceptablemente insuficiente, acabo sintiendo que no me queda nada, que no me quedo ni a mí mismo, que no me queda capacidad para amar ni para pertenecer ni para sentirme vivo. No hay nada en este jodido mundo que me asuste más que el recuerdo que me pega constantemente: el estar contigo y no pensar en las horas ni en nada que no fueses tú, algo que pronto convertí en mi inescrutable definición de vivir.

Estoy lleno de rabia. De rabia porque me habría encantado no reducirme a mí mismo al absurdo más completo. He hecho cosas por ti que me producen la más repulsiva vergüenza hacia mí mismo por ridículo, y supongo que no quiero tolerarme más en ese sentido. Quiero dejar de ser todo lo que empecé a ser contigo: una persona absorbida por el imperativo de tenerte como símbolo de la realización vital. Quiero salir de aquí y odio no quererlo de verdad. Odio querer quedarme, querer encerrarme en la misma rueda que gira sobre sí misma. 

Pero es lo que hay. 

sábado, 18 de febrero de 2017

el día y la noche

Me despierto y me tomo una pastilla. Las cosas van bastante bien últimamente. Suelo despertarme sano y salvo, lejos de todos mis fantasmas, e incluso he empezado a recrearme algo en mí mismo, cosa que no hacía desde hace tiempo, demasiado preocupado por todo lo demás y sin apenas tiempo para detenerme en mi interior. Me gusta pasear, tomar café, pasear, tomar café, pasear... Tomo café. A veces me encuentro con algún amigo, o en su defecto algún conocido, y hablamos sobre cosas, sobre política y sobre el status quo, y sobre el amor y las relaciones y la fidelidad, y sobre series de televisión y sobre los sueños que tenemos y los que tuvimos que ya no nos parecen sueños, o bien porque ya los hemos vivido o porque no soñamos de la misma manera que entonces.

La cosas van bien. Estoy ordenado. Los libros están ordenados alfabéticamente y por género. Los discos están ordenados cronológicamente. Me gusta el orden. Me gustan las sábanas limpias. Me gusta como huele mi nuevo suavizante. Lavo la ropa a menudo y después me ducho dos veces y me gusta cantar Thunder Road en la ducha y me ducho otra vez para volver a cantarla. Me gusta el vapor alzándose desde el suelo hacia el techo y el agua tan caliente que hace que tu piel se enrojezca, y la sensación de contraste térmico entre las mejillas y el universo exterior al cuarto de baño. Me recuerda a cuando era pequeño y mi madre me metía en la bañera y salía de ella enroscado en una toalla blanca, y después me ponía aquel pijama color marrón que contrastaba tanto con mi piel blanca llena de pecas que ya no están, como si me las hubiese robado el tiempo.

Me meto en cama porque ya es de noche y no me gustan las noches. Me revuelvo por las noches. A veces pienso que duermo mejor recostado sobre mi perfil derecho porque creo que me produce algo de placer o satisfacción sentir la presión de la almohada sobre mi sien derecha, aunque creo que es una estupidez y no logro dormirme de todos modos. Quiero otra pastilla pero no puedo, no puedo tomar dos porque todo resultaría contraproducente, lo pone en el prospecto, NO TOMAR DOS PASTILLAS EN VEINTICUATRO HORAS y yo le hago siempre mucho caso a los prospectos.

Las cosas no van bien últimamente, las cosas se oscurecen. Tengo mucho miedo, estoy aterrado. No me gusta estar solo. Te echo de menos. No. Te odio, odio que no estés. No. En realidad solo me apena perderte, pero no puedo decir que te eche de menos en un sentido significativo. La echo de menos a ella, como cuando tú sí estabas pero ella ya no. No. A ella tampoco la echo de menos. A ella también la odio. Os odio a las dos. No, no os odio, nunca podría odiaros. 

Pero en ti sí que pienso. A ti sí que te echo de menos. Me revuelvo de nuevo y ya no queda ninguna parte de la almohada que no esté empapada en sudor. No dejo de pensar en cemento, cemento, cemento. No sé dónde estarás, sabes, sí que sé dónde están ellas, lo puedo imaginar al menos, pero no tengo ni idea de dónde estarás tú. Ojalá tú sí sepas dónde estás porque no quiero que tengas miedo. Pienso a veces en ti pero me lo tengo bastante prohibido. Porque las cosas no van nada bien. Me odio a mí mismo. Me doy asco. A la gente no le agrado. No sé por qué no le agradaré a la gente. Muchas veces siento que me miran raro. Me miran con recelo, me preguntan con la mirada que por qué no me largo. No les gusto. 

Estoy aterrorizado y las sábanas han empezado a entrelazarse. Tengo medio cuerpo al descubierto y me estoy helando. Hace tanto frío que no puedo ni pensar. Me duele estar solo. Te odio. Te odio. Te quiero. Te odio. Me odio. Últimamente intento decirme que me quiero. Me quiero, me quiero, me quiero. No me sale bien, me sale forzado, me sale a trompicones. Creo que no me quiero demasiado, me gustaría gustarme a mí mismo pero creo que entiendo a la gente. Soy repulsivo en cierto modo casi primario, no sé si es algo en mi mirada pero no me gusta, me hace sentir inferior a lo que yo querría ser. 

Odio febrero, odio que todas las cosas bonitas y todas las cosas terribles de mi vida hayan sucedido en febrero. Febrero, febrero, febrero. Te odio, te odio. Te quiero. ERES LO MÁS BONITO QUE ME HA PASADO EN LA VIDA. Me arrancaría los ojos. Echo de menos verte sonreír. Estoy entrando en paranoia. No sé por qué pero entra demasiada luz. Tengo sueño. Estoy llorando. Te quiero. Te odio. Te echo de menos. No lo suficiente. A ti más. A ti menos. No te vayas, no te vayas por favor, no lo hagas, no me hagas esto, por favor, déjame intentarlo, no sé qué decirte, no tengo palabras, palabras, palabras. Tengo sueño. Estoy viendo The Wire. Tengo sueño. Sueño. Sueño.

Me despierto y me tomo una pastilla. Las cosas van bastante bien últimamente.

miércoles, 15 de febrero de 2017

áurea

Es muy difícil para mí expresar con palabras lo que siento ahora mismo. Realmente creo que es muy difícil que las palabras, por bonitas que sean, puedan hacernos recordar una mínima parte de lo que mi abuela ha sido para todos nosotros, de quién era ella, de quién luchaba por ser y de quien, de hecho, decidía ser todos los días, como si no hubiese nada en el mundo que pudiese impedirle ser ella misma. Así que lo cierto es que me recorre una sensación muy extraña, algo que no suele pasarme: quiero decir muchas cosas, quiero decírselas todas, pero no soy capaz, es como si todas las palabras y todas las cosas que querría que ella supiese se me atragantasen.

De recuerdos junto a mi abuela podría hablar durante horas, pero creo que hay uno que lo puede captar todo, uno que me deja a solas con todo aquello que ella me ha dado en la vida, que, como todas las cosas de las que nunca nos damos cuenta mientras las tenemos, ha sido mucho. 

Recuerdo un día, siendo yo muy pequeño, alrededor de los siete u ocho años, en el que me quedé a dormir en casa de mis abuelos. Yo era un niño con muchísimo miedo a lo desconocido, tanto que incluso dormir en casa de mis abuelos me aterrorizaba, me hacía sentir desprotegido porque no estaba con mis padres, y con ellos era en el único lugar en el que me sentía seguro. Y allí estaba yo, acostándome en una de las dos camas gemelas de la casa de mis abuelos con mi mente en otra parte, pensando en si sería capaz de dormirme o si algún pensamiento terrible me asustaría y me haría sentir solo por la noche. Entonces, mi abuela vino a darme las buenas noches y a arroparme. Todo en su mirada decía una cosa. Decía: "me encanta que estés aquí conmigo. Me da la sensación de que yo y tu abuelo hemos creado algo grande, algo gigante, algo que nos sobrevivirá. No hay ninguna sensación en el mundo que me haga más feliz que esa". Todo eso lo dijo como decía las cosas siempre ella: sin abrir la boca. Era una persona curiosa mi abuela porque utilizaba las palabras para quejarse con frecuencia pero sabía mejor que nadie abrir su corazón con la mirada. Y yo, que estaba allí aterrado, me sentí querido de una forma integradora, de una de esas formas que te hacen pertenecer a algo tan grande que también te supera a ti mismo. Aquel día descubrí algo que me rompió el corazón: mi abuela, aunque no me lo dijese nunca, aunque dedicase sus palabras a decirme las cosas que no le gustaban de mí, siempre me iba a querer a mí muchísimo más de lo que yo nunca podría llegar a quererla a ella. 

De mi abuela aprendí que las palabras no sirven de nada. De nada. Aprendí que a la vida hay que agarrarla fuerte antes de que ella te agarre a ti, porque entonces estás perdido. Y aprendí que no hay nada más bonito en la vida que rodearte de personas que te quieren de verdad, sin importarles lo que hagas, quién decidas ser o qué camino escojas para ti mismo. Que lo único que importa es que, cuando llegas a la cama por la noche, te sientas como me sentí yo aquella noche, cuando ella me gritó que me quería con la mirada. Todo lo demás es prescindible.

Todavía no sé cómo voy a vivir sin ti, abuela, porque nunca he vivido en un mundo en el que tú no estuvieses. Pero creo que aprenderé a hacerlo, porque de cualquier otro modo te estaría decepcionando. Y quiero que sepas una cosa: me has puesto muy altas las expectativas. Nunca se me ocurrirá pedirle a la vida más de lo que tú lograste quitarle, no pararé hasta poder mirar a alguien de la misma forma que tú me mirabas y poder pensar por mí mismo: "ahora sí he creado algo grande. Ahora sí, mi vida ha merecido la pena, igual que la tuya".

Perderte me destroza, me aplasta igual que nos aplasta a todos, pero no puedo estar más contento por haber tenido la oportunidad de haberte conocido. Fuiste una persona única: ya lo decía tu nombre precediéndote, eras áurea, dorada como tu pelo y brillante como tus ojos verdes. Nunca, nunca, nunca te olvidaré. Pero eso, abuela, tú que me enseñaste que las palabras no valen nada, confío en que siempre lo supieses.

Tú me lo dijiste con la mirada y yo te lo digo hoy aquí, que no puedo verte pero que no dejo de escucharte y de sentirte. Te quiero, abuela. Cúidame, porque sin ti sigo siendo el mismo niño perdido de aquella noche. Fuiste, eres y serás una parte fundamental de lo que yo soy. Muchas gracias.

miércoles, 8 de febrero de 2017

antes de despedirse

Aún no te has ido y todo parece indicar que ya no estás. Las cosas se han disparado cuando habíamos asumido un estado habitual de nerviosismo, un dolor velado que ya se había convertido en parte de nuestra casa y que apenas sentíamos ya más allá de esos círculos concéntricos que conformábamos alrededor de ti de vez en cuando. Me cuesta explicar por qué siento que te echo tanto de menos cuando realmente nunca he prestado demasiada atención a tu presencia, como si fuese -de hecho así era- algo intrínseco a mi vida, algo que siempre había estado ahí desde que empecé a recordar mis recuerdos y a construirme, a colocar las piezas que me han traído aquí.

Te miro recostándote con expresión de agotamiento y todo lo que me recorre es la sensación de no significar nada, de no poder entender por qué y al mismo tiempo tenerlo todo demasiado claro. Pero lo que más me aterroriza es verte tan llena de miedo, tan asustada por cualquier cosa que pueda pasar. Y me gustaría decírtelo, asegurarte que todo va a ir bien, pero no puedo, porque se me escapa, porque yo tampoco lo sé y me pierdo en tantas preguntas y todo ese miedo que veo en tus ojos que se entrecierran, y en tu respiración entrecortada que agarra el aire con las palmas de las manos abiertas y deja que se le escape la mayor parte entre los dedos.

De algún modo me hace sentir en casa agarrarte la mano, que está llena de tiempo y de memorias y de arrugas que hacen que tenga una textura similar a la del papel o las hojas de los árboles en otoño. No sé qué sentirás tú, en el lado confuso de la historia, en el lado que no puede observar la vida sino que, de hecho, la vive. Y me duelen todas las veces que preferí hacer otra cosa a estar contigo, y todas las veces que insistí para dejar de estar contigo para entretenerme, y todas las veces en las que me decidí a ver una película, o a sumergirme en mi mundo, en lugar de estar ahí, contigo.

Me siento pequeño y frustrado por haber sido solo un niño todo este tiempo, por no haber podido saber más de ti, o de las cosas que podrías haberme enseñado. De repente, todas esas cosas que siempre creí innecesarias vuelven y se colocan en primer lugar de la lista, como todo lo que siempre me parece deseable por imposible. Ojalá hubiese estado más cerca. Cada vez que lo pienso, cada vez que pienso en ti, siento como si estuviesen extirpándome sin anestesia una parte de todo lo que he sido hasta hoy.

martes, 7 de febrero de 2017

culpable

Me siento culpable por echarte de menos. Todas las cosas han ocurrido en la dirección contraria. De mis mil maneras para no respetarte podría asegurar que todas proceden de aquello que me configura como persona, de todo lo que me hace ser yo mismo. Y llegó un momento en el que no sentía apenas haberte ganado, sabía de hecho que hacía tiempo que venía perdiéndote en mis rodeos, en mis lagunas de no saber quién soy.

Me siento culpable por echarte la culpa de un modo no explícito, por descargar en tus actos la frustración de no gustarme a mí mismo y de no poder acercarme a ti en todos los sentidos en que me gustaría hacerlo. Me siento frío cuando vienes a mi lado, te sientas y tratas de explicarte, y pienso que todo eso simplemente no debería estar ocurriendo, que las cosas deberían ser más fáciles para los dos porque hemos aterrizado aquí para ayudarnos y no para hundirnos en todo lo que nos duele y nos hace sentir frágiles.

Todo se me revuelve orgánicamente cuando comienzo a ser consciente de lo inferior que me siento a ti y el complejo que todo lo que ha pasado en momentos en los que yo no estaba siquiera acaba generándome. Te juro que no logro quitarme nada de la cabeza y todo vuelve, todas las cosas que me separan de ti y que me ahogan en mi pasado y en todos los sentimientos que me habías ayudado a regenerar. Me cuesta imaginarnos sentados en las escaleras de piedra unos días antes, como si nada hubiese ocurrido, cuando la realidad es que nada ha cambiado más allá de mi cabeza, de las cosas que sé y entonces no sabía, de las cosas que antes no me impedían amarte por lo que eres y no por lo que has hecho antes o después, ahora o en algún tiempo pasado.

Me gustaría decirte que sin duda habría querido que todo funcionase como creí que podría hacerlo, con nosotros sentados y mirándonos sin hacer nada o con la sensación de que finalmente alguien puede comprender los párrafos trabados que escupe mi pensamiento. Pienso que deposité en ti todas esas responsabilidades y me permití sentirme decepcionado demasiado pronto, ubicándome por encima de las cosas que no solo dependen de mí, necesitando controlar los milímetros que hasta entonces no había siquiera imaginado que podrían separarnos.

Me siento culpable por tener que pedirte perdón por ser intolerante, por no ser lo que mereces, por no entenderte ni pretenderlo y por haber retrocedido noche tras noche todos los pasos que no me había costado nada dar contigo, porque al fin y al cabo todo podría haber sido todo lo fácil que nunca fue. Me siento culpable por no permitirme vivir cosas fáciles y por enredarme en todo el dolor de la vida, y en los inconvenientes y en las malas costumbres, que nunca me convienen y siempre me arrastran, aun cuando tú intentaste tanto salvarme de todas ellas. 

Me siento terriblemente culpable por volver a ahogarme en lo mismo, por buscar siempre un sustitutivo al sufrimiento previo y por no dejarme ser feliz con alguien como tú.

Hoy me siento culpable por ser yo, y no hay nada que me haga sentir más culpable en este mundo de perderme y no encontrarme jamás.

viernes, 3 de febrero de 2017

derrotados

Hoy me he asustado al imaginar que quizá tengas a alguien. Todo ha sucedido rápido, tan rápido que no ha sido necesario apenas darme cuenta. Las imágenes aparecieron en mi mente como un relámpago que rompe un árbol por la mitad. Hace un segundo no estaban y ahora están y no quieren irse, y se enroscan en mi mente agotándome. He pensado que el único motivo por el que me aterra la posibilidad de que tengas a alguien es porque yo he venido de vuelta perdiéndolo todo. Me aterra imaginarte sonriéndole a alguien y me carcome el egoísmo de no poder alegrarme por ti del mismo modo que lo hice todas las veces en las que te vi sonreír con anterioridad.

A veces estoy tan asustado que me escondo y pienso que todo lo terrible que me puede estar pasando es siempre culpa de haberte perdido y de que quizá ya no necesites tenerme, y pienso en si pensarás alguna vez en todo esto y en mí y en la soledad que provoca el hecho de que nos hayamos derrotado a nosotros mismos antes de tiempo, o quizá demasiado tarde. Pero lo cierto es que no tenerte tampoco me exige querer recuperarte, sino que me limito a necesitarte de vez en cuando, a llorarte los días pares y reírme de mi mismo los que no lo son. 

He intentado amarme a mí mismo del mismo modo en que quise amarte a ti pero verás, no tengo ni puta idea de cómo podré llegar a hacer tal cosa. Algunas veces me recreo en todo y me hago daño y después miro a mi alrededor y no entiendo nada, aunque la nada parece entenderme y asentir ante el vacío que le transmito. Hace muchos días que te estoy perdiendo, cada día un poco más sin darme cuenta, y extraña fue la ocasión en la que los días fueron reversibles en este sentido.

Así que me he prometido no asustarme cuando te imagine enraizada a alguien con las raíces más profundas que las mías, que sabes que siempre se levantan en alguna estación desordenada del año para encontrarse a sí mismas fuera de su propia tierra. Me lo he prometido como quien se prepara para recibir el susto de rigor viendo una película cutre de terror, como quien se prepara en silencio para que algo que va a ocurrir a ciencia cierta acabe ocurriendo. Todo son preparatorios velados y todo tiempo intermedio son transiciones sin dirección.

A mí, que ya no te tengo y apenas me tengo a mí mismo, solo me queda recordar que, aunque horas y horas atrás el tiempo acabase por vencernos, hubo días en que ganamos. Hubo días en que, contigo y pese a mí mismo, acabé ganando. Y al final todo se reduce a volver a contar tus victorias con los dedos de una y otra mano, con los de los pies si tienes suerte suficiente, y a prometerte con los dientes apretados que no vas a olvidarlas nunca.