lunes, 5 de junio de 2017

hablar

He empezado a entrar en espiral conmigo mismo en ciertos sentidos. Hace tiempo que no encuentro sosiego en mi interior ni en mi alrededor, en lo que ha terminado siendo una constante ruta de destrucción hacia la soledad. Las cosas me han sucedido como le suceden al planeta, sin poder hacer nada, sin ser realmente un actor activo de todos esos acontecimientos, sino siendo preso de mis propias decisiones y mis inseguridades. 

Existe un número innumerable de noches en las que me agazapo con mis rodillas acariciando mi pecho y empiezo a pensar en qué sería lo que me apetecería estar haciendo, en de qué manera podría escapar de todo eso que me asusta, que me reduce el campo de movimiento, que me encoge cada uno de los músculos. Camino y camino alrededor de la idea del arrepentimiento, e imagino cómo esta idea irá desarrollándose en mi cerebro a lo largo de mi existencia, como un árbol cada vez más lleno de vida, en claro contraste conmigo, que cada día estaré más y más apagado. Si bien ahora sufro para sostenerme en la cuerda floja de las cosas que querría hacer pero nunca haré, me sobrecoge pensar en el modo en que ese concepto me aplastará llegada mi vejez, o cualquier estado posterior.

De la soledad he aprendido a hablar con la gente que me gustaría tener a mi lado pero que no está, sea cual sea el motivo. Con algunas de esas personas ya no podré hablar nunca más. Con otras sí podría hacerlo, y no creáis que no me encuentro tentado a menudo a hacerlo, pero el miedo a las consecuencias siempre ha podido con mi ímpetu, que vuela siempre bajo y con timidez a pesar de encerrar fuertes y románticas convicciones.

Existen personas que me acompañan en mi miedo al arrepentimiento y también lo hacen en esas charlas monocromas, de hablar conmigo mismo y obtener respuesta constantemente. De esas personas es de quienes acabo por estar más aterrorizado, quizá porque me intimida la enorme influencia que pueden llegar a tener sobre mis decisiones y el orden de mis pensamientos sin siquiera ser elementos presentes en mi vida diaria ni mensual. 

De todos modos, es a ellas a quienes me agarro. Al doblar cada esquina, dejando atrás una serie de cosas que nunca volverán y vislumbrando un gran número de nuevos retos, son ellas las que permanecen, enraizadas a mi alma y debatiéndose de forma constante entre la putrefacción y el enriquecimiento, entre hacerme crecer y dejarme morir para siempre. He empezado a sentir que esas personas son el único motivo que me hace sentir vivo, y las únicas por las que merecería la pena morir. He pensado que hoy soy más lo que ellas me han hecho ser que lo que yo soy por mí mismo. 

Y me cuesta.

Me cuesta decir adiós al amor.

Me cuesta perder las conexiones espirituales en este viaje hacia ninguna parte.

No me lo pidáis más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario