lunes, 30 de abril de 2018

cosas que aprendí (I)

He echado la vista atrás recientemente y he visto un precipicio.

Las piedras se han acumulado últimamente y uno se ve obligado a subir mucho más alto y a una velocidad mucho mayor de lo que estaba acostumbrado.

La parte buena de la escalada: llevarla a cabo con unas buenas cuerdas que te sujeten al mundo.

Hoy una de mis cuerdas está de cumpleaños, una de mis dos cuerdas primitivas, las que me acompañan desde que alguien me nombró y empecé a ser. Hoy cumples años, papá, y vuelvo a echar la vista atrás y te veo reflejado en lo que ahora soy.

Ese reflejo me hace aprender.

Aprender a estar. A querer estar con las personas que quiero y hacerlo sin exigir nunca nada a nadie. Tú estás contento porque estás con nosotros, y eso es como tener una bombona de oxígeno inagotable escondida debajo de las costillas. Anhelo tu habilidad para desprenderte de ti mismo y asumirte como una parte más del engranaje que hace que las cosas giren. Quizá el engranaje oculto, o el que los demás no se paran a ver, pero el mismo que consigue, escondido debajo de todas esas capas de palabras que tú no necesitas, que el mecanismo siga funcionando.

Aprendo de ti a abanicar mi presencia en los silencios. Y a que las cosas no siempre funcionan por declamación: cuando uno se ve forzado a reafirmar su presencia de forma constante es que quizá los demás no la cuenten como algo estable. Tú no necesitas avisarnos de que vas a estar esperándonos cuando giremos las esquinas de nuestras vidas, porque eso ya lo sabemos. Porque el amor es una cosa arrancada de las palabras y profundamente elocuente. Y es fácil darse cuenta de que tú nos quieres. Esa es una palabra redonda, que te llena de aire la boca, pero solo cuando se sabe que no es solo una palabra.

Contigo estoy cómodo, de ti aprendo buena parte de las cosas que sé, y así construyo lo que soy.

¿Sabes, papá?

Me queda mucho por aprender.

Y a ti mucho por enseñarme.

Te quiero mucho. Feliz cumpleaños.