viernes, 30 de mayo de 2014

burbujas de cemento

Rompí la puerta y lo hice por ti. No pretendí acercarme de forma brusca, en mi mente todo aquello se producía a una velocidad ridícula, las partículas de oxígeno no se movían, simplemente ahí estabas, iluminándome como cada noche, y yo, lanzándome a tus brazos sin preguntar apenas por qué. ¿Acaso hacía falta? La obra continuaba y yo no quería ni por asomo hacer que dejases de ser su absoluta protagonista. ¡Disfrutaba viéndote actuar, maldita sea! A través de tus ojos vidriosos juraba contemplar todas aquellas impensables respuestas a ninguna pregunta. Trazaba mi órbita irregular en torno a ti, siempre impertérrita, siempre protagonista, siempre tú...

"¡No pares de bailar!", gritaba, mientras tú, inmóvil, me mirabas con condescendencia. "Yo no bailo y tú no escribes, yo no brillo y tú no ves", decías, soberbia, mientras mi mirada se quedaba desnutrida en un rincón, sin recrearte, sin pensarte, sin apenas generar tu tan desgastado reflejo en su retina. Te esforzabas por retroceder lentamente, lo hacías sin que el público se diese cuenta, pero entre bastidores el océano comenzaba a inundarnos y era inevitable desear ahogarme a tu lado.

Sin embargo, en tu cápsula desértica no penetraba el agua más desatada, seguías allí, en el centro de aquel huracán silencioso, esbozando una melancólica sonrisa que se apoderaba, sin piedad, de mi dulce inmadurez estival para dar paso a una caída gris sin retorno. Tu pelo, inmenso y voraz como el mayor de los continentes, disparaba sus coletazos sin guía ni dirección, golpeándome repetidamente, dejándome aturdido y besando un frío y atónito suelo otoñal.

Los juegos de manos eran tu punto fuerte pero quisiste terminar con aquellos temibles fuegos artificiales que te permitirían desaparecer. Los asistentes abandonaron sus butacas y yo sigo aquí, sentado en primera fila, contemplando la huella que tu zapato izquierdo dejó en el parqué, sin poder desviar la mirada de la lágrima bañada en rimmel que decoraba aquel anfiteatro vacío. Te llevaste las llaves. No debiste hacerlo. Pero nunca fui capaz de denegar tu voluntad, y, ¿por qué engañarnos?, seguiría sin hacerlo hasta que la mayor de las estrellas disipase su calor.

viernes, 2 de mayo de 2014

introduzca día y hora

He divagado en círculos concéntricos durante varios milenios buscando explicaciones. No creo que en ningún momento haya querido saber nada. Nunca he tenido tal intención. Pero en ese instante en que las palabras brotan y nada ni nadie puede contenerlas supongo que es absurdo intentarlo. De hacerlo habría vuelto a estar destinado a perder. Supongo que he querido callarme. De nada sirve.

Desde el momento en que la tierra se desvaneció y caí en un espacio sin límites ni localización, sentí que por dentro me invadía una nada de poder inagotable. Una nada que carcomía el todo de mi existencia, una nada que navegaba, sin más, por mi cuerpo desnudo de ti, por mis sueños calcinados en recuerdos y tu pelo flotando, indiferente, entre océanos de tiempo que permanecían asolando mis días, los cuales se fundían sin mayor intención.

Mis palabras y tus ojos volaron creando torbellinos de aire enloquecido, sigo creyendo que en ese momento habría sido mejor quedarse al margen y no involucrarse, pero siempre he sido un idiota y tú nunca olvidaste recordármelo. ¿Qué cuál ha sido mi error? Mi error, mi puto error, fue no coger ese tren delante del cual desapareciste. Te alejabas como se disipa la luz de un faro, y mientras lo hacías, simplemente fui incapaz de reaccionar.

Ahora me subo a la azotea y contemplo todo con los mismos matices, la misma simpleza, el mismo rayo de sol cegándome sin compasión. Lo observo y no parece que haya alternativa que girar la cabeza. Supongo que no quería dar por perdida la luz solar. Pero los tiempos cambian. O eso dicen.