miércoles, 15 de febrero de 2017

áurea

Es muy difícil para mí expresar con palabras lo que siento ahora mismo. Realmente creo que es muy difícil que las palabras, por bonitas que sean, puedan hacernos recordar una mínima parte de lo que mi abuela ha sido para todos nosotros, de quién era ella, de quién luchaba por ser y de quien, de hecho, decidía ser todos los días, como si no hubiese nada en el mundo que pudiese impedirle ser ella misma. Así que lo cierto es que me recorre una sensación muy extraña, algo que no suele pasarme: quiero decir muchas cosas, quiero decírselas todas, pero no soy capaz, es como si todas las palabras y todas las cosas que querría que ella supiese se me atragantasen.

De recuerdos junto a mi abuela podría hablar durante horas, pero creo que hay uno que lo puede captar todo, uno que me deja a solas con todo aquello que ella me ha dado en la vida, que, como todas las cosas de las que nunca nos damos cuenta mientras las tenemos, ha sido mucho. 

Recuerdo un día, siendo yo muy pequeño, alrededor de los siete u ocho años, en el que me quedé a dormir en casa de mis abuelos. Yo era un niño con muchísimo miedo a lo desconocido, tanto que incluso dormir en casa de mis abuelos me aterrorizaba, me hacía sentir desprotegido porque no estaba con mis padres, y con ellos era en el único lugar en el que me sentía seguro. Y allí estaba yo, acostándome en una de las dos camas gemelas de la casa de mis abuelos con mi mente en otra parte, pensando en si sería capaz de dormirme o si algún pensamiento terrible me asustaría y me haría sentir solo por la noche. Entonces, mi abuela vino a darme las buenas noches y a arroparme. Todo en su mirada decía una cosa. Decía: "me encanta que estés aquí conmigo. Me da la sensación de que yo y tu abuelo hemos creado algo grande, algo gigante, algo que nos sobrevivirá. No hay ninguna sensación en el mundo que me haga más feliz que esa". Todo eso lo dijo como decía las cosas siempre ella: sin abrir la boca. Era una persona curiosa mi abuela porque utilizaba las palabras para quejarse con frecuencia pero sabía mejor que nadie abrir su corazón con la mirada. Y yo, que estaba allí aterrado, me sentí querido de una forma integradora, de una de esas formas que te hacen pertenecer a algo tan grande que también te supera a ti mismo. Aquel día descubrí algo que me rompió el corazón: mi abuela, aunque no me lo dijese nunca, aunque dedicase sus palabras a decirme las cosas que no le gustaban de mí, siempre me iba a querer a mí muchísimo más de lo que yo nunca podría llegar a quererla a ella. 

De mi abuela aprendí que las palabras no sirven de nada. De nada. Aprendí que a la vida hay que agarrarla fuerte antes de que ella te agarre a ti, porque entonces estás perdido. Y aprendí que no hay nada más bonito en la vida que rodearte de personas que te quieren de verdad, sin importarles lo que hagas, quién decidas ser o qué camino escojas para ti mismo. Que lo único que importa es que, cuando llegas a la cama por la noche, te sientas como me sentí yo aquella noche, cuando ella me gritó que me quería con la mirada. Todo lo demás es prescindible.

Todavía no sé cómo voy a vivir sin ti, abuela, porque nunca he vivido en un mundo en el que tú no estuvieses. Pero creo que aprenderé a hacerlo, porque de cualquier otro modo te estaría decepcionando. Y quiero que sepas una cosa: me has puesto muy altas las expectativas. Nunca se me ocurrirá pedirle a la vida más de lo que tú lograste quitarle, no pararé hasta poder mirar a alguien de la misma forma que tú me mirabas y poder pensar por mí mismo: "ahora sí he creado algo grande. Ahora sí, mi vida ha merecido la pena, igual que la tuya".

Perderte me destroza, me aplasta igual que nos aplasta a todos, pero no puedo estar más contento por haber tenido la oportunidad de haberte conocido. Fuiste una persona única: ya lo decía tu nombre precediéndote, eras áurea, dorada como tu pelo y brillante como tus ojos verdes. Nunca, nunca, nunca te olvidaré. Pero eso, abuela, tú que me enseñaste que las palabras no valen nada, confío en que siempre lo supieses.

Tú me lo dijiste con la mirada y yo te lo digo hoy aquí, que no puedo verte pero que no dejo de escucharte y de sentirte. Te quiero, abuela. Cúidame, porque sin ti sigo siendo el mismo niño perdido de aquella noche. Fuiste, eres y serás una parte fundamental de lo que yo soy. Muchas gracias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario