domingo, 3 de agosto de 2014

apenas muchísimas veces

No he entendido del todo el por qué de tus manos escurriéndose tras mi puerta. Puede que simplemente sea mi cabeza, desordenada, abofeteada, la que ha dibujado tu silueta bajo cada puente, observándola a continuación con simple pero atento mirar, sintiéndola en mis dedos como si el tiempo se detuviese por un instante y, de nuevo, pudiese llegar a sentirte, sentada, a mi lado, gritándome en silencio. Nunca te pedí más. Vivirte era como recordar un mismo sueño día tras noche, abrazándonos en un círculo de fuerza portentosa pero delicado a la vez, sin límites pero también sin objetivos.

Nunca nadie entendió, tampoco, el por qué de que mis pies se adormilasen al perseguirte, de que mis ojos vagueasen en el momento en que girabas en la esquina más cercana. Nadie comprendió que mis pulmones, vacíos de tu respiración, jamás podrían volver a coger aire sin tenerte cerca. Nadie se hizo una idea de lo que podría haber llegado a escalar por tu sonrisa, de todo lo que podría haber imaginado con mis sueños de simple idiota enamorado, de cómo mis dedos podían haberse deslizado sobre una hoja de papel sólo con escuchar tu tímido resplandor.

Cada detalle de tu figura, cada matiz de tu sombra, todo ello me ha valido para crear en mi mente de absurdo cobarde una viva imagen de lo que significamos. Habríamos roto el universo si nos lo hubiesen pedido. Éramos invencibles. Invenciblemente opuestos. Y en ese eterno océano que nos separa, partículas de estrella se alinean para unirnos. Sé que lo hacen. Me encantan las estrellas. Me encantas tú.

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